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Conozcamos las etapas de la pintura cuzqueña en Perú
Las tres etapas de la escuela de pintura cuzqueña en Perú
Primera Etapa: El siglo XVI
En 1539 se empieza a construir, sobre la base del palacio de Viracocha Inca, la primera catedral del Cuzco (Iglesia del Triunfo) La Escuela Cuzqueña sería la encargada de realizar las obras que decorarían sus muros empezando, de esta manera, su paulatino desarrollo. Evolución que inauguraría, en 1585, una etapa crucial con la llegada al Cuzco del pintor y sacerdote italiano Bernardo bitti. Este religioso, de la orden jesuita, introdujo el manierismo en la pintura cuzqueña, se caracterizaba por el tratamiento alargado de las figuras, el resplandor frío de sus colores y el diestro manejo de los escorzos.
Durante sus dos estancias en la ciudad del Cuzco, Bernardo Bitti, recibió varios encargos artísticos: hacer el retablo mayor de la iglesia jesuita, sustituido por otro después del terremoto, pintar La coronación de la Virgen y la Virgen del pajarito, en la catedral de indios adjunta a la Iglesia de la Compañía. Obras que, lamentablemente se perdieron en el terremoto de 1650. Entre 1592 y1598, realizo nuevas pinturas: La Asunción de María en el Convento de la Merced del Cuzco; Los Misterios de la vida de Nuestro Salvador Jesucristo y la imagen del Niño Jesús para la Cofradía de los Indios.
Otro maestro italiano de influencia fue Angelino de Medoro, cuya obra presenta disparidad de estilos. En una etapa inicial, se advierten formas contramanieristas bastante apartadas del estilo de Bitti. Sin embargo, en obras posteriores, se aprecia el influjo de la pintura sevillana que se caracterizó por servirse del estilo manierista pero con una representación naturalista. Por este motivo, en sus obras, se puede advertir un gran interés por los fondos y los espacios arquitectónicos.
Angelino de Medoro dejo sentir su influencia en varios de sus discípulos entre los que destacó el pintor criollo Luis de Riaño, nacido en Lima en 1596 y afincado en el Cuzco.
En la portada de la Capilla bautismal se lee la fórmula del bautismo en castellano, latín, quechua, aymará y puquina. Asimismo, se puede observar que los ángeles que la engalanan tienen la rubrica de Riaño. En esta misma Iglesia se encuentran también, dos de sus más afamados frescos: Camino al Cielo y Camino al Infierno. Al pie de cada pintura y, como complemento a la enseñanza gráfica, aparecen unos escritos. En Camino al Cielo se lee el salmo 32, que se refiere las bienaventuranzas y en Camino al Infierno, poblado de monstruos, demonios y fuego; se lee el Salmo referido a las idolatrías. La sencilla y casi ingenua simbología de estas pinturas, se encuentra en congruencia con su carácter didáctico que no logra ensombrecer la expresividad del conjunto artístico. El personaje central de Camino al Cielo, de acusado cuerpo alargado y afectada postura, es de indudable estilo manierista.
Segunda etapa: El siglo XVII
Durante este siglo, especialmente en sus inicios, continuará sintiéndose la influencia de los pintores italianos como Mateo Pérez de Alesio, Angelino Medoro y Bernardo Bitti. A estos influjos se aunaran otros como, el barroco, a través, de la corriente tenebrista de la obra de Francisco de Zurbarán.
La corriente Barroca marcará, pues, un hito fundamental en el desenvolvimiento artístico de la Escuela cuzqueña. El artista nativo Marcos Ribera (1630 - 1704), se convertirá en el más grande representante de este estilo. Esta característica la podemos apreciar en muchas de sus obras como; por ejemplo, en: Cinco apóstoles situada en la iglesia de San Pedro; en La Piedad del convento de Santa Catalina o en los lienzos que ilustran la vida del fundador de la orden de San Francisco que pertenece, además , a otros autores.
El siglo XVII fue, pues, una época de gran producción y entrecruce de estilos en donde emergerán artistas, tan versátiles, como, talentosos. Uno de ellos es Diego Quispe Tito, nacido en San Sebastián en 1611, que llegaría a ser el artista más representativo de la Escuela Cuzqueña. Su estilo, de influencia manierista, se fortalecería a partir del estudio de grabados y tablas de pintores flamencos. En dos de sus primeras obras: la Visión de la cruz (1631) y la Ascensión (1634), ya se puede advertir la esquematización lineal y la complacencia por los elementos decorativos propios de su madurez: plantas, flores y pájaros autóctonos se fusionan con arquitecturas extraídas de estampas europeas.
Los influjos de la escuela flamenca, especialmente en lo que se refiere a la copia de las estampas, proveen a Quispe Tito de todo un bagaje técnico y temático. Pero, este caudal de conocimientos, será recreado y adaptado de acuerdo a su sensibilidad e idiosincrasia. Así; por ejemplo, cuando analizamos el ciclo que el artista consagra a la vida de Cristo, con imágenes como Resurrección de Lázaro y Entrada en Jerusalén, advertimos una gran profusión de detalles.
Esta característica también, se puede encontrar en su versión de la Piedad de Hendrick Goltzius, ubicada en la capilla de San Lázaro en Cuzco. En la cual se advierte que el pintor enriquece la obra original con una copiosa iconografía, principalmente, en la vestimenta de los personajes.
En los signos del Zodiaco de la Catedral del Cuzco (1681), Quispe Tito incluye detalles simbólicos extraídos de su dominio místico, de ese cosmos indígena del cual proviene. Así, esta obra destinada a combatir la idolatría, terminará acercando a Quispe Tito a su esencia indígena. Esta tendencia a la decoración ya se puede apreciar en creaciones tempranas como Visión de la cruz (1631) y La Ascensión (1634). Ambas obras presentan una ornamentación en la que Quispe Tito expresa sus orígenes indios de una forma tan espontánea, como si se tratase de un gesto innato del cual no se puede prescindir. De esta manera, nos presenta su cosmovisión a través de cierta libertad en la perspectiva y profesando, un indudable interés, por el paisaje al cual suele darle mayor importancia que a los personajes. Asimismo, expresa una particular predilección por las aves las cuales suele pintar, utilizando intensos coloridos, sobre árboles de espeso follaje. En su obra La Sagrada Familia en Nazaret, se advierte estas características que cobran, una mayor intensidad, por la presencia de la Virgen hilando a la manera andina.
Las obras de Quispe Tito denotan un claro sincretismo entre el indigenismo cuzqueño, el manierismo y el barroco europeo. El hecho de que copiara o recreara grabados flamencos, no lo alejara de su principal identidad indoamericana. Su personalidad autóctona emergerá, con fuerza, colorido y determinación, desde su vinculación con las formas y modelos europeos. En sus obras irrumpen una serie de elementos plásticos, anunciando claramente un sincretismo que anticipa lo que constituirían las características de la tradición pictórica andina: autonomía en el manejo de la perspectiva, protagonismo del paisaje, fragmentación del espacio en escenas llenas de detalles y utilización de los colores intensos. Su última pintura, ubicada en el Convento de San Francisco del Cuzco, esta fechada en 1685 y se titula: Las Postrimerías del Hombre. Esta obra representa el Juicio Final Y está rubricada en una de las barras de hierro del portón del purgatorio: «D. Diego Quispe Tito-1685 Años»
Tercera Etapa: Siglo XVIII.
Al inicio del siglo, la aceptación de la pintura cuzqueña, se extendería rápidamente incrementándose la demanda. El Cuzco, para entonces, se había transformado en el eje de un próspero mercado de pinturas de carácter religioso que se llevaban a vender a Lima, hacia el Alto Perú, Chile y el norte argentino. Este arduo trabajo de los artistas llegó a masificar su producción pero, al mismo tiempo, les otorgó la posibilidad de la búsqueda formal y la creatividad iconográfica. Es en esta época se generaliza el llamado estofado o brocateado que consiste, en aplicar oro, sobre las aureolas de los santos o sus vestiduras. Con este recurso cuyo origen se remonta al antiguo arte Bizantino, la obra pictórica ganaría en suntuosidad y relevancia. Así, las imágenes religiosas pintadas sobre fondos oscuros de inspiración barroca, alcanzarían un gran refinamiento cuya cualidad principal radicaría en el delicado contraste entre las orlas de flores y la resplandeciente magnificencia dorada de los detalles. Asimismo, en el siglo XVIII, prevalecieron motivos iconográficos tan característicos de la Escuela Cuzqueña como los arcángeles arcabuceros, engalanados cual si fueran grandes señores de la corte española. Las actitudes de estos mensajeros divinos, extraídas de los tratados flamencos de arcabucería, correspondían a las diversas posiciones propias del manejo de las armas.
Por su parte, los nobles nativos, promovieron un resurgimiento inca que se manifestaría en el teatro, las artes decorativas y la pintura. Se harían habituales los retratos de curacas o ñustas en indumentaria incaica y las series nobiliarias de incas y coyas, resaltando insignias y escudos. Esta gran irrupción de la temática andina es, en gran medida, producto de los profundos cambios experimentados por la cultura española durante el transito de la etapa de los Habsburgo a la de los borbónicos en los años iniciales del siglo XVIII. Estos cambios repercutieron en todas las esferas de la colonia: la actitud de las autoridades españolas, en relación
al artista indio y mestizo, se tornaría más considerada y se inauguraría la investigación científica de lo prehispánico. En el ámbito social, estas transformaciones estarían representadas por la intervención creciente del mestizo en las altas jerarquías eclesiásticas, culturales y administrativas.